Huir de Vincenzo

Publicado: noviembre 1, 2010 en Dan y Sam, Minirelatos-Saga, Prosa
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¿Recordais la pareja de pistoleros? Dan y Sam han vuelto, para quedarse.

Lo dejé porque bueno, había perdido el «click», la historia, aunque la tenía en mente, no fluía, y preferí darle un descanso. Como comprendo que es muy dificil que alguien se acuerde de todo:

  • Aquí teneis el anterior post a este.
  • Aquí, el comienzo de la historia.
  • Aquí, todos los posts en orden.

En el último enlace, si vais abajo del todo, justo antes de las descripciones de los personajes, teneis un PDF con la recopilación de todos los capítulos anteriores, por si es muy pesado leerlos online.

Huir de Vincenzo

– Hombre Sam. Te fuiste muy deprisa, me preocupaba que te hubiera pasado algo.- Dijo Vinnie tras dos de sus matones, los cuales estaban tras sendos pistolones.
– Oh bueno.- Dijo Sam retrocediendo un paso y echándose la mano a la parte trasera de la camiseta, donde llevaba la pistola.- Es que no me gusta ese restaurante, fuiste muy mal educado al invitarme ahí.
– Haya tranquilidad.- Intervino Dan, dándose cuenta de que su pistola estaba a dos metros de él y no podía alcanzarla.- Seguro que Sam quería disculparse.
– No, realmente no.- Suspiró la rubia arqueando una ceja.
– Esto es una farsa.- Ladró Vinnie.- ¡Cogedlos!
Y todo se sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Sam desenfundó la pistola y apretó el gatillo una vez, tumbando a uno de los matones. Dan cogió al otro por la mano del arma y la desvió hacia el techo, donde una bala hizo impacto, llenando la habitación de polvo de yeso. Le golpeó en el brazo y, cuando soltó el arma la recuperó, vaciando el cargador desde el suelo en sus intestinos.
Vinnie había desaparecido, abandonando a sus dos cadáveres. Apenas tres respiraciones después de toda esa agitación, Sam habló:
– Ahora si que la hemos cagado.
– Ya, bueno, ahora debemos largarnos.- contestó Dan cogiendo su pistola y asomándose al pasillo, ni vista de Vinnie.
– Se nos va a adelantar. Sabe que no podemos internarnos mas en la isla sin que nos pesquen, nos va a esperar en el puerto.
– ¿Otra huída como la de San Ferdinando?
– Mas o menos.
– Oh… mierda.
Una vez en la calle, el Jaguar había desaparecido. Estaban en un barrio de antiguos bloques de pisos, los mas grandes tenían tres de altura. La paranoia de que los miraban y estaban rodeados era opresiva. En un susurro, Sam llamó al hombre:
– Dan, por aquí.- Estaba escondida bajo un soportal. Cuando se reunió con ella dijo.- Creo que se me acaba de ocurrir otra manera de salir de Sicilia.
– ¿Cual?
– ¿Sabes conducir un avión?
– Helicópteros. Y lo tengo muy oxidado, creo que es el momento de serte sincero.
– Tendrá que servir. Sígueme.
Una vez salieron del deprimente barrio, todo pareció menos opresor. Había mucha, mucha mas gente por la calle, todos ajenos a la bandada de tiros que había sonado a dos calles. Una vez mezclados con la multitud, se les hizo mas fácil moverse sin el penetrante terror de La Camorra siguiéndolos:
– ¿A donde vamos?
– No me acuerdo muy bien de este pueblucho, pero en las afueras hay una casa, que pertenece a un tío de pasta.
– No será de la mafia…
– Pues no estoy segura, la verdad, nunca le conocí personalmente.- Sam desestimó todos aquellos importantes detalles con un gesto de la mano y continuó, mientras se giraba para dejar pasar a una señora mayor.- El caso es que tiene una avioneta y una legión de coches.
– ¡Una avioneta no se parece en nada a un helicóptero!- Le dijo Dan todo lo alto que se atrevía, pues había visto a tres tíos trajeados doblar la esquina por la acera contraria.
– Al menos nos llevaremos un Ferrari si no te ves con ganas de volar.
– Esto es una puta locura, Sam.
– Precisamente. Tu y yo somos militares, tenemos formación. Ni un quinto de todos esos idiotas.- Dijo señalando a los mafiosos que habían dejado atrás y que no se habían apercibido de su presencia.- Ni un maldito quinto de esos idiotas, tiene la formación que tu y yo tenemos. Sabemos movernos por sitios peligrosos. Tenemos que tener la iniciativa.
Dan chascó los dientes con incomodidad. Si, era cierto, debían mantenerse en movimiento y buscar posiciones de poder, o en su defecto, ir a lugares donde no los buscarían. Y la casa de un posible mafioso era una de ellas. Aunque seguía teniendo un terrible tufo a meterse en la boca del lobo.
Siguieron andando por las calles, atentos a todos los que pudieran reconocerles. Antes de salir habían cogido dos chaquetas para taparse. Sudaban, pero bajo ellas sus camisetas estaban llenas de sangre y no podían correr el riesgo de llamar la atención.
Pozzalo era un pueblo turístico, y eso les salvó en varias ocasiones de los sicarios. Una vez los entrevieron, pero Sam giró en una calleja y desembocaron en una plaza atestada de puestos y turistas con los ojos como platos. Se perdieron entre la multitud.
El trayecto hasta las afueras, que no les habría llevado mas de media hora en condiciones normales, les llevó una hora y media. Cuando sobrepasaron la última fila de chalets, Dan se detuvo al abrigo de un árbol que resguardaba de la visión de las casas y la carretera. Sacó el arma y la puso en el suelo junto a él. Sam se sentó muy pegada a él, no había mucho espacio en el tronco:
– Esto es una locura, Sam.
– Lo se. Pero quiero huir de aquí, con toda mi alma.
– Podrías haberme matado. Podrías habernos matado a los dos.
Sam se giró y se puso encima de él, con las cabezas muy juntas. Juntó su frente a la de él y le habló:
– ¡Estoy cansada, Dan!- Su aliento aun olía a risotto con boletus.- La puta mafia calabresa casi me obligó a aceptar el trato, era eso o morir, solo intenté sacar tajada. Pero no puedo matarte.
– Sam…- Cogió su cara suavemente por las mejillas y le dio un beso en la frente.- Vamos a salir de aquí. Vamos a huir de Vinncenzo, nos haremos con el dinero, y cada uno tendrá su retiro palaciego.

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