Monté en el tren de Alcalá, como tantas otras veces últimamente, bici en mano y mochila a la espalda. Iba pensando en mis cosas un tanto sombrío, meditando, dando vueltas, llegando a la misma conclusión de siempre. Y como siempre llego a la misma conclusión, eso me deprime un poco y me da que pensar acerca de mi capacidad mental.
Estaba en esas cuando en la parada siguiente, la de la Universidad, se subió una pareja de guardias de seguridad. Uno enormemente gordo al cual no le cabía casi su chaleco y otro con pinta de querer parecer un rudo mercenario, gafas de sol en un día nublado, perilla de chivo y andar chulesco con la mano en la porra. Siempre me quedo mirándolos, evaluando que ocurriria si hay problemas con ellos y como, según mi aprendizaje, podría enfrentarles. Sería dificil, por masa y por fuerza. Por eso siempre acabo bajando la cabeza.