Humanidad.- El Día (II)

Publicado: marzo 31, 2011 en Humanidad, Minirelatos-Saga, Prosa
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Sigo.

Tormenta

Nada mas asomarme a la ventana del garaje hay sobre la región una tormenta de proporciones titánicas. Mi garaje tiene el escalofriante privilegio de estar sobre los treinta metros de altura, ya que es un edificio relativamente nuevo y se construyó pensando ya en los problemas de contaminación y cuando los eólicos estaban en pleno apogeo. Por encima de la capa de polución, el mundo sigue sin preocuparse de los humanos.

Y el mundo, mas concretamente el tiempo, esta enfadado. Mucho. Bajo la capa de contaminación solo se perciben enormes tormentas que son capaces de arrancar pedazos de asfalto de las calles en sus peores días. Pero el espectáculo de la capa superior es… Las nubes se revuelven, iluminan, estallan, jirones negros se entrelazan con otros grisaceos, cúmulos borbotean furiosos, descargando una potente energía eléctrica que suele eliminar los instrumentos de navegación de los eólicos. Si no te sientes insignificante, como poco sobrecogido. Pero te das cuenta de lo estúpidos que somos habiendo intentado dominar esas fuerzas cataclísmicas.

Desde la ventana, mientras escribo, me frustro. La tormenta debe tener una envergadura de varios kilómetros. Suele ocurrir que ocupan grandes extensiones de tierra y no se mueven, pudiendo pasar de un maremágnum de rayos y granizo a un calor tórrido. Posiblemente, antes de cruzar el extremo (eso si la tormenta no extendía hasta La Ciudad), el eólico se llevara una docena de pedradas. Cada vez hay mas tormentas. Y mas arriba, se originan aun mas grandes. No le dan mucho bombo, pero cada año aumentan un metro la altura de vuelo legal de las rutas de gran altura con ese propósito, que las tormentas siempre queden un poco abajo. Nuevos problemas sustituyen a los viejos, aunque mirando por el cristal se me antoja que es un castigo, y no un nuevo problema.

Pero me da exactamente igual, esta noche voy a enseñarles a las chicas algo inigualable, algo increible. Me dan igual las tormentas, los abollos que pueda sufrir el eólico, por que nada me va a parar. Suspirando, cierro el cuaderno y subo las escaleras desde el garaje al ático. Tuve que hacer malabares para obtenerlo, pero era bien cómodo.

Una vez arriba, me encasqueto los guantes y la pieza de tela sútil en la cabeza. Entro en lo que parece una enórme máquina de correr bastante ámplia. Es el Simulador. Una vez entro, todo cambia. El archivo cargado es sobre todo información visual y algo de táctil. Muestra una escena verde. Bajo los pies hay césped, mullido y agradable. Hay varios árboles, arbustos. Al poco rato, un dolor en la espalda me derriba y todo se vuelve confuso. El Simulador está configurado para no causarme el dolor máximo, pero se que sufriría la agonía de la muerte de quien grabó esa información si quisiera. Alguien había sacrificado su vida para difundir por Internet aquella escena.

Dominique.

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