Humanidad.- La Noche (III)

Publicado: abril 10, 2011 en Humanidad, Minirelatos-Saga, Prosa
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Termina el ciclo.

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El Descubrimiento

Nos pusimos los respiradores y Dominique salió el primero por su puerta, dejando entrar una ráfaga de viento y lluvia. No dudé un instante y me precipité por la puerta tras él, seguida por Raina. Dominique había desaparecido tras el muro, seguí sus huellas:

– ¿Dominique?

– ¡Mina! ¿Dónde estás?

La oscuridad era absoluta, desgarrada de cuando en cuando por algún relámpago o un rayo alejado. La lluvia trapaleaba sobre el tejadillo que había tras el muro. En uno de los estallidos de luz, pude ver a Raina al otro lado del tejadillo, que se había reunido con Dominique:

– Mina, en el maletero del coche hay un foco, ves a cogerlo por favor.

Salí a la lluvia en un instante y, apenas después de veinte segundos de rebuscar a oscuras mis manos tocaron lo que parecía un foco. Tenía forma de una pistola con un cañon enormemente ancho. Apreté el gatillo y el maletero se iluminó con una luz potente. Volví al lado de Dominique, foco en mano. Parecía observar algo entre la lluvia, movía y giraba la cabeza como si fuera a solucionar algo o apartar el velo de agua que le impedía la visión:

– ¿Has visto algo?

– Creo que estamos en un pueblo abandonado.- Dijo Raina señalando hacia delante.

Algo se veía a como mucho una docena de metros, una mole que bien podía ser un edificio, un árbol caído, o un monstruo infantil, a saber. Apreté el foco y eché a andar a buen paso, cuidando de no meter un pie en algún agujero del terreno. El lodo me había calado hasta las espinillas. A pesar de no ser un terreno especialmente dificil, La Ciudad era un territorio humanizado, liso y cómodo. La poca tierra natural que había había sido alisada y batida, con el resultado de una capa uniforme. Juraría que era la primera vez que andaba por un lugar de esa guisa. Y no era del todo desagradable.

Dominique y Raina iban tras de mi, el primero en absoluto silencio, preparado para lo que pudiera ocurrir, y Raina rezongando acerca del barro y la asquerosa sensación de succión del suelo. Llegamos a lo que, definitivamente, era un edificio. La puerta había sido desgajada hacía ya mucho tiempo, y restos de madera colgaban de los goznes, que parecían mantenerse unidos al marco por pura fuerza de voluntad. Apunté el foco hacia el interior y pudimos observar una sala vacía salvo por dos sillas y unas cuantas goteras que se abrían paso a través del techo:

– Al menos no nos mojaremos hasta morir.- Musitó Raina antes de dar un paso hacia el interior.

Recuerdo que me llamó la atención el suelo de madera. De hecho, lo miré un instante antes de que Raina entrara y precipitara los hechos. Cuando hubo plantado el primer pie en el suelo y fue a meter el segundo, el suelo cedió bajo ella y desapareció tan deprisa que no pudimos reaccionar. Dominique me cogió el foco y se asomó al agujero:

– ¿Raina? ¿Estás bien?

Había desaparecido, y en el lugar donde debía estar, había varios listones de madera astillados, debía haberse movido en lo que tardamos en asomarnos:

– Si.- Dijo con la voz temblorosa, sonaba lejana y asustada.- Pensaba que se me iba a caer todo encima y me puse a rodar.

Hubo un momento de silencio en el que suspiramos de alivio y luego su voz volvió a sonar, un poco mas alejada:

– Chicos… creo que deberiais bajar aqui…

– ¿Qué ocurre?- Preguntamos al unísono.

– La verdad, sin luz no puedo estar muy segura. Pero deberiais verlo.

Dominique se apartó y me cedió el foco. Se estiró y tanteó la resistencia del bordillo en el que estábamos apoyados:

– Solo hay un par de metros. Bajaré yo, cogeré el foco y luego te ayudaré a bajar si quieres.

– Puedo apañarmelas sola.- Dije con sorna poco propia de una dama delicada.

Dominique se descolgó por el agujero y acto seguido lo hice yo. Raina se había reunido con nosotros. Mi bajada fue un poco menos elegante que la de Dom, por lo que mientras me incorporaba rascándome la rabadilla, me di cuenta de que ambos estaban petrificados, con el foco fijo en un punto. Apuntaba este a lo que parecía una hilera de enormes montículos cubiertos de una sustancia verde, casi fluorescente a la luz del foco. El suelo también estaba plagado de esa sustancia. Pero bajo los montículos crecían unos tallos finos, terminados en unos sombreros abiertos, con una extensión total de unos veinte centímetros cada uno. Había docenas, una vez descubiertos, en cada rincón y montículo.

Me agaché y palpé el suelo, esa sustancia verde. Tenía un tacto absolutamente adorable, afelpado y fresco, húmedo. Y entonces, y solo entonces, al tacto de aquello, comprendí lo que parecían haber comprendido Dominique y Raina antes que yo.

Aquello eran plantas. Todo aquello eran plantas. Plantas que no requerian de luz solar y habían crecido relativamente protegidas de todos los agentes químicos que poblaban la atmósfera y habían erradicado toda la vida vegetal del mundo. Caí de rodillas y acaricié la sutil pelusilla que cubría los tallos de los vegetales que sobresalían del suelo. No pude evitar que se me saltaran las lágrimas.

Mina Truccio

Se les escapa la vida.
Ante una amenaza tiempo advertida.
La lluvia, el agua, no es comedida,
rien sin saber, que toda vida esta maldita.

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